lunes, 28 de noviembre de 2011

38º Relato: El papel del padre

Mi experiencia como padre con la Lactancia Materna empieza unos dos meses antes del nacimiento de Lucas, cuando casi por casualidad, entre otras muchas lecturas sobre el tema, cae en mi mano el libro “Un regalo para toda la vida” del Dr. Carlos González. Es entonces, cuando se me abre un mundo nuevo, me convertí en el gran teórico, intento saber más y más sobre lactancia materna, y leo libros y más libros, hasta tal punto que los primeros días de vida de Lucas era yo el que le tenía que colocar en el pecho de Sara, y era Sara la que me pedía ayuda para colocarle por las noches, para vigilar si estaba bien puesto el labio de abajo, si su boca abarcaba toda la areola, etc. Y todavía hoy, escucho que si no das un biberón, el padre no colabora con la alimentación del bebé… en fin… aunque, creo que el padre tampoco colabora en el embarazo, o ¿es que lleva un cojín debajo de la camiseta?, tampoco en el parto, o ¿es que le sale algún objeto de unos 3 kg de alguno de sus orificios? Creo que no.
Para mí, que mi hijo con 15 meses siga mamando cuándo, dónde y en la postura que quiera (a veces más contorsionista que niño) es un orgullo y un placer. Al igual que portearle muy cerquita de mí, y notar su cabecita en mi pecho cuando se está durmiendo. Y que me despierte por las mañanas (en nuestra cama, la de los tres) con caricias y arrumacos y no llorando, llamándome desde otra habitación sin saber dónde estamos.
Sólo espero que esto dure mucho (como mínimo hasta los 2 años, como recomienda la OMS y UNICEF), ya que la lactancia materna nos permite disfrutar de una manera única y especial de todos los aspectos de la vida de nuestro hijo.
Sólo hay que hacer caso a las necesidades del organismo que es el que más sabe de ellas, tanto del bebé como de la mamá, y además es tan fácil como, citando al Dr. González: “NIÑO Y TETA”
José, papá de LUCAS

jueves, 24 de noviembre de 2011

37º Relato: Dos lactancias bien distintas

Mi hija Luna nació en el hospital de Getafe en marzo del 2007. Mi idea
era darle el pecho, pero era una idea un tanto etérea. Mi madre no
había podido darme el pecho a mí porque tenía pezón plano, y yo
también lo tengo, así que si se enganchaba, bien, pero si no no iba a
comerme la cabeza.
Nada más nacer quise ponerla al pecho, porque sabía que los primeros
minutos eran cruciales, pero la gente que me atendió se reía de mí y
me decían que esperara, que cuando volviera a la habitación se lo
podría dar.
Al llegar allí intenté que se enganchara y fue imposible. Pedí ayuda y
alguien de paso me tiró 2 pezoneras a la cama. Yo ni siquiera sabía
que eran dos, estaban una dentro de la otra y allá que me puse las dos
en la teta. Y mi pobre hija encima se enganchó, y mamó.
Al día siguiente pedí que me trajeran de casa unas pezoneras finitas y
blanditas que yo había comprado antes del parto. Ahora sé que son las
que se recomiendan en caso de necesitarlas, para eso tuve suerte.
Durante el tiempo que estuve en el hospital pedí ayuda para amamantar
a mi hija, ya que no se enganchaba nada más que con pezoneras, y no
aguantaba las famosas 3 horas, sobre todo por la noche.
Vino una enfermera, me manipuló y pellizcó el pezón de forma muy
dolorosa y me dijo que cómo se iba a enganchar la niña, si no tenía
pezón y apenas me salía leche...
En la mesita de la habitación tenía un folleto que me entregaron sobre
lactancia materna. Al final venían unos teléfonos de monitoras de La
liga de la leche. Yo pensé que ni muerta llamaba yo de nuevo a nadie
para que me pellizcara las tetas, que ya me apañaría.
Estuve amamantando a Luna con pezoneras unas 3 semanas, pero al cuarto
día o así ya le había dado algún biberón. Me resistía a quitarle el
pecho, pero los "ánimos" de la familia y el nulo apoyo de los
profesionales hicieron que mi lactancia no llegara al mes de duración.
Y mi falta de información y previsión, por supuesto, pero no pensaba
yo que hubiera que hacer un master para superar las dificultades al
amamantar a tus hijos.

Para el segundo ya no dejé nada al azar. Antes de quedarme embarazada
de Álex me había leído y releído todo lo publicado sobre lactancia
materna. Me lo sabía todo al dedillo, y lo más importante, sabía que
iba a ser capaz de amamantar a mi hijo.
Álex nació en casa y no hubo manera de que se enganchara al pecho, de
nuevo mis pezones planos.
Mi matrona, mi ángel de la guarda, me enseñó a sacarme el calostro con
las manos y guardarlo en una jeringuilla mientras mi niño dormía.
Cuando se despertaba le daba los poco mililitros que me sacaba y le
ponía a mamar. Cuando se dormía volvía a empezar el proceso. Así
estuve hasta que me subió la leche, que entonces me sacaba con el
sacaleches. Al final conseguí que Alex sacara la leche por él mismo,
aunque fuera con pezoneras.
Y tranquilamente seguimos así nuestra lactancia, hasta que con un mes
y una semana se enganchó sin pezoneras. Ahora tiene 20 meses y coge la
teta y se la lleva a la boca como si fuera un bocadillo.
Lo más importante cuando tienes dificultades es tener la seguridad de
que esa persona a la que pides ayuda sabe lo que hace.
Los profesionales de los hospitales necesitan formación. Con esto se
salvarían muchas lactancias.
Últimamente he colaborado con mi experiencia en cursos de formación
sobre lactancia materna a profesionales, espero que nadie reciba como
ayuda lo que recibí yo en mi primer parto, y sin embargo, cualquiera
pueda tener a su alcance alguien con la paciencia y el saber hacer que
tuvo mi matrona, Graciela Pérez, para enseñarme a ayudar a mi hijo a
mamar. Nunca estaré lo suficientemente agradecida.

martes, 22 de noviembre de 2011

36º Relato: Lactancia y ayuda en Venezuela

Esta es nuestra historia, la comparto y dedico a todas aquellas madres que desean ofrecerles a sus hijos las maravillas de la Lactancia materna.

ANTECEDENTES: Siempre tuve el deseo de amamantar a mi hijo, yo lo asumía como algo tan natural que aunque investigue mucho sobre el embarazo jamás creí que existía la necesidad de prepararme e informarme sobre la lactancia: es un proceso natural, lo hacen todas las madres y qué ciencia puede tener ofrecerle la teta a un bebe... esperar a que mame y ya… Con esas creencias llego el feliz día en el que parí a mi nene.

EL PROBLEMA: Desafortunadamente en la cínica las enfermeras le dieron un tetero (biberón) de fórmula, posteriormente cuando yo hice el intento de amamantar a mi bebe solo encontré continuos rechazos. Mi hijo lloraba de hambre y luego de constantes e infructuosos intentos, yo terminaba dándole fórmula y llorando también, pasaban los días, las semanas y mi desesperación crecía, me encontraba sumida en una profunda tristeza: la baja de hormonas, la depresión post parto hacían que llorara todos los días pensando y sintiéndome la peor de las madres, Totalmente inútil, ni siquiera era capaz de lo más elemental: darle el alimento por el cual mi cuerpo estuvo preparándose por largos meses. La gente me decía que era una tonta , pocos me entendían, pocos me apoyaban... Cada vez que tocaba la hora de comer, yo le ofrecía el pecho a mi hijo y él volteaba la cara, parecía que no sabía qué hacer con él, cuando sus pequeños labios sentían el pezón, él se molestaba y lloraba mucho y yo inevitablemente volvía a recurrir al biberón... Sin embargo, yo no me daba por vencida, oraba a Dios con todas mis fuerzas, yo tenía que darle a mi hijo los beneficios de la leche materna. Mi obstetra me examinó y me dijo que yo era totalmente apta para amamantar, qué yo si producía leche, que no había nada malo en mí, que mis pezones planos eran totalmente normales, que la succión del bebe era lo que los iba a moldear... me dijo que insistiera pero que continuará dándole formula a mi hijo, el despejó ciertas dudas y me tranquilizó.

LA AYUDA: Me dedique a leer, compré diferentes libros, iba a bibliotecas, finalmente investigando por Internet encontré a “la Liga Internacional de la Leche”, escribí e inmediatamente recibí respuesta y apoyo por una líder de Colombia, “En Lactancia Querer es Poder” fueron las primeras palabras de Vivian Montero. Ella me envío diferentes artículos que me llenaron de esperanza y me puso en contacto con la gente de Venezuela. Ya mi hijo tenía más de 3 semanas. Aparentemente, el nene había desarrollado una confusión tetina-pezón, esto sucede en ciertos casos cuando se dan suplementos en biberón en las primeras 3 semanas de vida porque su lengua, quijada y boca se mueven diferente cuando mama del pecho que cuando toma biberón. Por otro lado, tenía una carrera contra el tiempo ya que la producción de leche materna, depende de la frecuencia, duración y eficacia de la succión del bebe, -oferta y demanda: mientras más mame el bebe, mas leche se produce, y según lo que leí no encontré casos en los cuales después de tanto tiempo el bebe lograra agarrar el pecho, sin embargo yo insistía… El día en que mi bebe cumplía un mes asistí a mi primera reunión con el Grupo de apoyo: Marisol, Yolimar, Laurence, Carolina, me recibieron muy amablemente y me ayudaron mucho (aprovecho para demostrarles mi profunda gratitud), fue una experiencia muy enriquecedora, entendí que no estaba sola, que existían madres que habían superado los diferentes retos que la lactancia les había presentado. Me llené de esperanza, ahora sí estaba segura de que lo lograría. Marisol me recomendó ir con una pediatra experta en lactancia la Dra. Antonieta Hernández, con impresionantes referencias, profesionales y humanas, con la experiencia de amamantar a 5 hijos y con la dulzura del nombre de su organización “Leche y Miel”, ella representó en mi vida un verdadero ángel, le estaré profunda y eternamente agradecida y se las recomiendo ampliamente. Teléfonos:0212 945 46 87 0212 377 53 89
Celular: 0416 403 93 63 0416 632 17 66
página Web: www.Lecheymiel.org

EL PROCESO: Antonieta me colocó un aparatico que consiste en una especie de biberón con unas pequeñas sondas para colocarse en el pecho, con la función de amamantar mientras el bebe toma fórmula, con el fin de producir más cantidad de leche, a la vez me recomendó no darle más comida en biberón a mi bebe sino en vasito. Confieso que me sorprendió el hecho de que darle a comer a mi hijo en vasito no resultara tan difícil como imaginé, sin embargo la cuestión no dejaba de ser complicada.

EL ÉXITO: Para mi gran alegría y sorpresa mi hijo amado, que nunca había logrado prenderse al pecho, al día siguiente estaba succionando, solo de un pecho y medio llorando, pero al fin veía una luz en el camino. Con muchas dificultades continuamos con las indicaciones de la Dra. y a los 5 días volvimos a consulta, ya mi bebe lograba asirse al pecho con facilidad, lo cual sorprendió agradablemente a la Doctora por la celeridad de los resultados. Me corrigió la posición, me ayudo a tener mejor postura y me mando a continuar con el aparatico, pero esta vez, antes de todo, darle a mi bebe una onza de formula con biberón para que no comenzara a mamar desesperado por el hambre. Mi hijo ya tenía 6 semanas, continuamos con la sonda por una semana más, todo salió de maravilla, al fin lo habíamos conseguido, poco a poco fuí produciendo mayor cantidad de leche.

Alimentación Exclusiva: Progresivamente, le fuí disminuyendo la formula al bebé hasta que a las dos semanas de haber comenzado el proceso, logré alimentar a mi hijo exclusivamente con leche materna, lo cual representó un éxito y una gran felicidad, darle a mi hijo todas las bendiciones de la leche materna es algo incomparable. Mi hijo fue creciendo y desarrollándose maravillosamente.

Actualmente: Mi bebe ya tiene tres años y ocho meses, es un niño bello muy inteligente y despierto, totalmente sano nunca se ha enfermado gracias a Dios, es un niño fuerte, pesa casi 19 Kg y mide 105cm. Está en el percentil 95 de estatura, muy por encima del promedio. Nunca ha sufrido de cólicos ni de estreñimiento ni alergias, está muy bien alimentado. Orgullosamente lo amamanté hasta los dos años y 6 meses, cuando espontáneamente lo dejó. Me siento afortunada de haber podido brindarle a mi hijo el mejor alimento, para su cuerpo y su desarrollo emocional: la leche materna.

VIVIAN

domingo, 20 de noviembre de 2011

35º Relato: Merece la pena

Dylan nació en casa y yo terminé agotada, pero nada más abrazarlo, con el cordón todavía latente, me recuperé.
Entonces, una de las comadronas me alentó a ponerlo a mamar y, voilà, el pezón se escurrió en su boquita como si estuviera hecho a medida…
Yo pensaba ‘de aquí no sale nada’…, pero él poco a poco se iba relajando, encontrando su espacio en este mundo al que acababa de llegar llorando y con los ojos muy abiertos…
Esos momentos han sido los mejores de mi vida.
La subida de la leche fue otro cantar: toda la noche sin dormir sacándome leche manualmente para aliviar la presión… La leche salía a chorros y me pasé más de un día empapando camisetas… A medida que Dylan mamaba, los pezones se sensibilizaban más y yo pensaba que eso de dormirse con el niño a la teta, con lo que dolía, era imposible…
Me compré un cojín de lactancia que me alivió mucho y me apoyé en los consejos de mis comadronas que me ayudaron enormemente en todo el proceso… No conseguía encontrarle el punto a eso de dar de mamar, era un sufrimiento… que valía la pena, eso sí. Mirando a Dylan, cuando ya conseguía relajarme a mitad de la tetada, reponía fuerzas. Supongo que se juntaba todo, el cansancio acumulado, la falta de práctica y un poco la sorpresa de que aquello fuera tan doloroso: todo el mundo me había hablado maravillas de la lactancia (o yo me había quedado solo con esos comentarios porque era la realidad que deseaba).
Al principio daba de mamar a Dylan tranquilamente en la cama, en brazos, porque tumbado todavía no nos apañábamos. Pasaron los días y fui dándole en el sofá, con gente… Como pasaba tanto tiempo en la teta si quería socializar mínimamente tenía que buscar la manera.
Y así, con paciencia, llegué a donde estamos ahora: tomamos teta a cualquier hora, en cualquier postura, en cualquier lugar y siempre me encanta… No quiero que se acabe este periodo de lactancia, me encanta sentirle y dormir con él enganchado a mí…
La naturaleza es abrumadora y me parece más increíble cada día que pasa. Si confiamos en esa fuerza, todo es más fácil: tenemos tetas para dar de mamar y criar sanos a nuestros hijos, toda mujer tiene ese privilegio, aunque cueste, merece la pena.

lunes, 14 de noviembre de 2011

34º Relato: La importancia de la ayuda

Pablo nació después de 20 horas en un parto con epidural y antibióticos. La primera hora y media se lo llevaron a la incubadora pues el neonatólogo dijo que tenía el llanto quejumbroso y necesitaba oxígeno. Cuando lo trajeron lo puse al pecho pero no se enganchaba, como yo había leído que los niños nacían con reservas y al principio no necesitaban mamar no me preocupé. Al día siguiente se enganchó al pecho y desde las primeras tomas empezó a dolerme y a sangrarme el pezón, me fué haciendo heridas en la areola, moratones y en tres días el dolor se hizo insoportable, sentía que me clavaban miles de alfileres en los pezones, me aguantaba para no gritar y a veces no podía reprimir el llanto, Pablo quería mamar cada dos horas y yo temía el momento en que eso llegara, pues lo tenía una hora al pecho, a veces se me quedaba chupando el pecho muy deprisa pero no parecía que tragara, yo creía que si estaba al pecho era porque lo necesitaba y soportaba "la tortura", le cogí miedo, y me sentía muy deprimida pues creía que no podría soportarlo durante mucho tiempo más, pero yo quería darle el pecho a mi hijo, me sentía culpable por pensar en rendirme, pero estaba desesperada.
Afortunadamente era verano por lo que estaba en casa con el pecho al aire continuamente, no podía imaginar como hubiera podido aguantar en invierno algo así. Una amiga, Diana Sánchez, que sabía mucho sobre el tema me ayudó recomendandome que llamara a una monitora de lactancia y a un investigador que estaba trabajando con bacterias probioticas. La primera me explicó por teléfono como enganchar al niño y me recomendó un servicio de asesoría de lactancia en el 12 de Octubre donde me ayudaron con el enganche, ahí me di cuenta de que no era suficiente haber leído libros sobre el tema, era importantisimo que te enseñaran el enganche de forma presencial. En el hospital lo único que me dijeron era que si quería que le dieran al niño un biberón de refuerzo, no me explicaron nada en ningún momento, yo rechacé el biberón, pues sabía que eso precisamente no iba a ayudarnos.
El segundo me explicó que al haber tenido un parto con antibióticos la flora de mi pecho había cambiado y había surgido una infección y me dió probióticos.
Gracias a las dos cosas, pues yo creo que mi problema se debió tanto a la infección como a que yo no sabía poner al niño al pecho, me ayudaron mucho y poco a poco empezó a ser cada vez mejor.
La primera semana fué la peor, a los quince días de dar a luz se hizo soportable dar de mamar y al mes la cosa mejoró más, aunque hasta el mes y medio no se convirtió en una simple molestia sin importancia. Hoy Pablo tiene cuatro meses y si pasa mucho tiempo sin mamar lo echo de menos! Es una experiencia maravillosa e íntima que disfruto. Me alegro de haber sido fuerte y haber aguantado, ahora el dolor ya no está y merece la pena haber pasado por esos malos momentos para conseguir darle el pecho, aunque entiendo que hay otras mujeres que no tienen la suerte de recibir la ayuda que yo recibí y se rindan.

Rosario

viernes, 11 de noviembre de 2011

33º Relato: La relactancia es posible

Hola, me presento. Soy Isabel, enfermera de pediatria con experiencia en maternidad, y defensora de la lactancia materna. No se si esto es apropiado o no, pero necesitaba contaros lo que me ha pasado. Me parece muy bonito y creo que nos puede animar mucho en esta batalla por conseguir una lactancia adecuada y feliz.


Hoy me siento bien. Bueno creo que la palabra exacta podría ser que me siento súper realizada. Si os soy sincera, comencé esta aventura convencida de que no lo íbamos a lograr, pero… bueno os cuento y así os aclaráis.


Yo fui madre de nuevo hace exactamente 8 meses. Sonia se engancho fenomenal, hemos tenido lactancia materna en exclusiva hasta los 6 y su introducción a la alimentación ha sido perfecta, eso sí con su teti.


Tres días después nació David, un vecinito muy gordito y riquísimo, pero entre que la madre estaba poco convencida de la lactancia y que toda la gente de su alrededor utilizaba las famosas frases de “es que no tienes leche” “si tu leche no le alimenta, porque si le alimentara no pediría cada dos horas, porque a los niños hay que darle cada tres” y el problema de que su marido por mucho que es partidario de la lactancia materna, es militar y estaba fuera de España, con lo que no ha tenido ningún apoyo.


A Elena (la mama de David) a pesar de ser vecinas, no la conocí hasta este verano. Un día, en la piscina de la urbanización, la vi mirarme mientras le daba el pecho a Sonia con lágrimas en los ojos. No quise decir nada, pero al ver que esto ocurría casi todos los días, un día me anime a hablar con ella. Ya había vuelto su marido, y ella lo único que hacía era pedirme disculpas por si me había sentido incomoda porque me miraba, así que David padre me dijo claramente: “lo que la pasa es que tiene envidia, porque a David no le ha podido dar el pecho, solo se lo dio los 20 días que me dieron a mí para su nacimiento y en cuanto me fui, entre mi madre, la suya, sus hermanas, y la madre que pario a todo el mundo, se han cargado el que le dé el pecho, y ahora mismo está con una depresión de caballo”.


En ese momento no le dije nada, pero viendo que era verdad que le afectaba, un día la propuse ir a la pediatra y a la matrona y comentarles que queríamos retomar la lactancia. Digo queríamos, por que iba a estar con ella al 100%.


A pesar de la reticencia inicial de todos los profesionales (han intervenido ginecólogo, pediatra y médico de cabecera) ya que el enano cuando se decidió empezar tenía ya 5 meses, nos encabezonamos y por fin accedieron.


A ella le administraron dos medicaciones y además ha tomado unos granulos homeopaticos que me recomendo a mí la matrona para aumentar la producción de leche, y lo demás (tecnicas, trucos,...) lo dejaron en mis manos.


Llevamos casi 3 meses estimulándole la lactancia, todos los días ha habido que darle leche de formula, pero a través de la sonda que colocábamos en su pecho y por la que le administrábamos leche, a veces formula y a veces mía; el enganchármelo yo, para que aprendiera a engancharse bien al pecho, y con mucha mucha paciencia, llevamos ya una semana, en la que David, además de su comida ya sólida, toma leche directamente del pecho de su madre, en el desayuno, después de su comida y de su merienda, y tiene incluso para sacarse y darle la papilla de la noche con su propia leche.


Hoy David me ha dado una sorpresa, me ha regalado una placa en la que decía: “Gracias, por dejarme tu pecho, y lograr que pueda disfrutar del contacto maravilloso del pecho de mi madre”. Imaginaos mis lágrimas. Esto lo habíamos conseguido en el hospital, es más en nuestro hospital logramos que una madre adoptiva, diera el pecho, pero era un trabajo en equipo, esto lo he logrado yo sola, bueno yo sola y Elena, y ver a David, como le chorreaba la leche de su madre por la comisura, ha sido uno de los mayores regalos que me han dado en la vida.

Gracias a vosotros tres, hoy me siento de maravilla, y me habéis enseñado que cuando se quiere, y tienes gente que te apoya, se puede conseguir todo.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

32º Relato: Te Quiero, Te Quiero, Te Quiero

Teta.
¡Qué gran palabra! Con razón, de las primeras que aprendió mi hijo. Basta con pronunciarla y levantarme la camiseta para que mi pequeño cachorro de piel canela deje todo lo que tenga entre manos y venga corriendo desde la otra punta del pasillo, envuelto en carcajadas dulces como la miel, risas que se convertirían en llanto si acto seguido no pudiera aferrarse a mis cálidos pechos de mamá leona.
Y mamar.
Y AMAR-me como sólo un hijo sabe hacerlo.
Y sentir el sabor dulzón de mi leche en sus labios que no tarda en deslizarse por su garganta y llenar su pancita de alimento y su alma de calor.
Mi leche que es su leche, protección y calma.
Yo tenía el profundo deseo de amamantar a mi bebé desde antes incluso de engendrarlo. Observaba a mi hermana, mamá experta en lactancia, dando teta a su hija de 4 años y más tarde a su hijo de 2 años y medio y me parecía lo más bonito que había visto en mi vida.
Un milagro.
Un regalo de la naturaleza.
Que de sus pechos emanara un caudal de leche que sus hijos devoraban con placer sintiéndose inmersos en el más pacífico de los universos me resultaba sencillamente MAGIA. Y yo tenía que ser parte de ella.
Por eso luché con uñas y dientes desde incluso antes de mi embarazo.
Y es que en el año 2001 (hace ya 10 años), tras una depresión que me dejó sin habla y sin ganas de vivir durante 5 largos y desesperantes meses viajé a Suecia y conocí la locura y el delirio. Y tras ello el ingreso y el fatal diagnóstico: trastorno bipolar. Con tan sólo 18 años me recetaron litio para estabilizarme el ánimo, entre otras sustancias que tendría que tomar (supuestamente y según los psiquiatras) durante toda mi vida. Ingerí disciplinadamente día tras día y noche tras noche esos psicofármacos, sin saber que mi mejor medicina sería mi embarazo, el nacimiento de mi pequeño y el vínculo especial que establecería con él a través de la lactancia.
Endorfinas y Oxitocina, la más dulce de las curas.
Prolactina, mi más potente estabilizador emocional.
El día que el amor de mi vida me dejó embarazada no sólo me llenó el útero de VIDA, sino el alma de fuerza. Ese día no sólo le dije adiós a las pastillas y al tabaco, sino también al miedo y a la inseguridad.
El milagro de la naturaleza se había producido.
En mi interior crecía garbancito, un precioso ser con tan sólo 8 mm y un potente latido de corazón que anunciaba que ahí estaba por fin mi LUZ.
Y por él y para él, para darle ese regalo para toda la vida, tenía que ser valiente y mantener mi cuerpo libre de cualquier sustancia química.
Porque mi útero sería su casa durante 9 preciosos meses y mis pechos su principal fuente de alimento, la cueva donde se refugiaría cuando tuviera miedo, cuando necesitara un instante de paz, de calor, de sosiego.
Cuando necesitara sentirse protegido, cuidado, AMADO.
Así fue cómo empezó todo y por fin un caluroso día de verano, tras un intenso y respetado parto que me llenó de armonía surgió ese precioso vínculo, esa estrecha relación entre mamá y cachorro que tenemos el placer de disfrutar por ser mamíferas, la prolongación del cordón umbilical, una preciosa lactancia que dura hasta el dia de hoy, 16 meses después.
Cuando cierro los ojos, aún puedo recordar la carita de mi niño cuando se enganchó por primera vez a mis senos, que duros y llenos de amor colmaban con gusto su sed de contacto y calmaban su miedo por no estar ya dentro de mí, sino fuera, en un mundo lleno de luz y de ruido, de sonidos y de olores desconocidos. Un lugar aterrador para tan inocente y pequeña criatura, con quien hasta ahora éramos UNO. Y así, unidos de nuevo a través de la lactancia, volvimos a fundirnos. Mirándonos por primera vez, con su boquita aferrada a mi pezón, le dije aquello que tantas veces le repetiría después: TE QUIERO, TE QUIERO, TE QUIERO.
Pero como cualquier camino en la vida, éste también tiene sus piedras, sus baches, sus surcos que me han hecho caer más de una vez.
Empezaré contando que debido a una mala postura al ponérmelo al pecho (no un mal agarre, pues yo nunca tuve grietas ni dolores, sino una mala postura) mi hijo apenas ganó peso los primeros cuatro meses de vida. Con 5 meses no llegaba ni a los 4 kilos, algo realmente preocupante. Yo siempre me negué a darle leche de fórmula, pues a pesar de su extremada delgadez le veía sano, fuerte y feliz. Fueron muchas las noches que pasé llorando, pues la preocupación de mi amor y compañero (que a pesar de todo siempre respetó mi decisión de no darle leche artificial) y el hecho de verlo tan flaquito empezaron a hacer estragos en mi seguridad y en mi autoestima. ¿Por qué mi bebé no cogía peso? ¿Por qué? ¿Si mis pechos rebosaban leche materna y mi pequeño mamaba día y noche?
Por fin, cuando nuestro hijo tenía 5 meses y medio, llegamos a la consulta de Carmela Baeza, que con un simple “¿por qué no te lo bajas un poco más?” corrigió mi postura y puso fin a nuestro calvario. Automáticamente y desde ese día, nuestro pequeño empezó a engordar. Devoraba los purés que su papá había empezado a prepararle pues eso le dejaba más tranquilo, aunque en el fondo de mi corazón yo tenía el fiel convencimiento de que la razón de su ganancia de peso no eran los purés como mucha gente se pensaba, sino la leche rica en grasas del final de la toma que por fin tenía el placer de tragar a borbotones.
A partir de ese día todo fue sobre ruedas. Mi pequeño se hacía mayor, crecía y engordaba divinamente y por fin, tanto su padre como yo, vivíamos tranquilos. Empezó a gatear y un buen día se soltó a andar, a decir sus primeras palabras, entre ellas TETAAA, cómo no, pues su teta seguía con él día y noche, en las buenas y en las malas.
Y seguimos caminando por este maravilloso sendero de cómplices miradas y manos entrelazadas, de olor y sabor a canela o a lo que haya tomado mamá (¡¡¡¡¡por favor, queso de cabra nooooo!!!!!), de risas y caricias, de pellizcos en la barriga y estrujamiento del pecho contrario.
Porque desde aquí, mamá, hasta el sol brilla de otra manera en el cielo.
Hasta que a los 11 meses de mi hijito, agotada de no dormir, surgió una nueva crisis. Disfrutaba sobremanera de la lactancia diurna, pero las noches empezaban a convertirse en una auténtica pesadilla. Mi hijo no soltaba el pecho ni un momento en toda la noche. Lo máximo que aguantaba sin teta era una hora. Los frecuentes despertares y el hecho de tener que dormir tantas horas seguidas en la misma postura, con mi pezón en su boquita pues si hacía el más leve movimiento lloraba desconsoladamente, empezaban a afectarme el ánimo. Al no dormir, al día siguiente estaba cansada, de mal humor, triste.
Ahí fue cuando me planteé el destete nocturno, a sabiendas de que es el más difícil de lograr.
A los 11 meses de mi hijo empezaron las noches de cuento y canto, de caricias en la espalda y susurros al oído, de besitos en la boca y lágrimas a dúo (¿por qué no?), pues al principio no fue fácil para ninguno de los dos. Pero yo no podía más.
El gran amor que nos brindamos, la ayuda incondicional de papá y la comprensión de mi cachorro ganó la batalla. A la semana de intentar “dormir sin teta”, mi hijo dormía de repente acurrucadito a mÍ seis o siete horas seguidas, algo inimaginable hasta ese momento.
A día de hoy, mi hijo tiene 16 meses y sigue mamando a demanda durante el día. Por las mañanas, nada más levantar el alba, trepa hasta mi cuerpo y se pasa una hora saltando de teta en teta, tranquilo, en paz.
Es un niño feliz y seguro de sí mismo.
Pero cuando cae la noche, tras contarle su cuento y beberse su dos tetitas en la cama se tumba a mi lado y disfruta canturreando de las canciones que le canto con todo el amor de mi corazón, con todo el amor de madre, mientras le acaricio la espalda y el pelo y le repito mil veces lo agradecida que me siento y aquello que le dije la primera vez que nos miramos:
TE QUIERO, TE QUIERO, TE QUIERO.
Porque no fue tan duro como yo pensaba que sería, porque enseguida pareció entender mi llanto, mi desesperación y mi necesidad vital de dormir por las noches.
Porque mi bebé lo entiendo todo y así me lo ha demostrado.
Teta. ¡Qué gran palabra!
Amamantar a mi hijo es lo más bonito que me ha pasado nunca. Soy parte de esa magia.
La lactancia me ha enseñado a LUCHAR, a ser sincera conmigo misma y con l@s que quiero.
Me ha mostrado cómo soy yo realmente , me ha ayudado a conocerme mejor. A saber cuáles son mis miserias y mis grandezas, mis virtudes y mis limitaciones y a saber convivir con ellas.
Me ha hecho ver que todo es posible si existe amor verdadero, amor del bueno, de ese que se brindan madres e hijos.
La lactancia de mi hijo ha sido para mí (y lo seguirá siendo hasta que él quiera) el aprendizaje más significativo de toda mi vida.
Un camino que volvería a recorrer una y otra vez.
Porque me he caído pero me he vuelto a levantar de la mano de mi pequeña criatura.
Porque gracias a ella he llorado y entendido que a veces el llanto es necesario, incluso bonito si se llora acompañado.
Porque sigo disfrutando de seguir siendo su guarida, su refugio, su caudal de amor y salud.
De verme reflejada en los preciosos y libres ojos de mi niño mientras traga VIDA, digo leche, mientras le repito aquello que le dije la primera vez que nos miramos:
TE QUIERO, TE QUIERO, TE QUIERO.


Dedico este relato a mi hermana: madre, doula y compañera de vida, por tantas enseñanzas a lo largo del camino, por ayudarme a amamantar a mi hijo y estar siempre ahí, por hacerme ver que la CRIANZA, si no es desde el corazón, no tiene sentido, Y QUE LA LACTANCIA NO ES SINO MAGIA.
Por eso y por mucho más:
GRACIAS

domingo, 6 de noviembre de 2011

31º Relato: Lactancias Maravillosas

Soy madre de dos hijos de 6 y 2 años. Siempre tuve claro que amamantaría a mis hijos y estaba convencida de que sería fácil. El parto de mi primera hija no fue ni mucho menos como lo esperaba. Se empeñaron en provocarme el parto a cumplir la semana 40 sin ningún motivo y a partir de ahí todo fue equivocado; enema, rotura de bolsa para conectar el monitor y oxitocina y un empeño furibundo de la matrona por ponerme una epidural que yo no necesitaba… Después de ponerme la epidural mi cuerpo se negó a parir. Por más que aumentaban la dosis de oxitocina, las contracciones se iban parando con lo que al final mi parto terminó en cesárea. Yo desconocía el sexo del bebé y cuando lo sacaron de mi vientre el anestesista se apiadó de mí y les pidió a los médicos que me dejaran verlo aunque fuera un momentito. Era preciosa, era una niña, como insistía su padre.

En cuanto la apartaron de mí me puse a llorar: yo deseaba abrazarla, tenerla pegadita a mí, olerla… No sé cuánto tiempo pasó hasta que me subieron a la habitación y la trajeron a ella. Recuerdo que la enfermera que la trajo me preguntó si le iba a dar el pecho y al decir yo que sí me dijo: ¡pues ya puedes ir empezando! Veía las estrellas por la cesárea al girarme en la cama pero ella se enganchó bien y no tuve ningún problema ese día ni los posteriores salvo pequeñas heriditas que curaron pronto y eso que las enfermeras me asustaron porque decían que mis pezones estaban invertidos pero a mi hija no parecía suponerle ningún problema. A lo cinco días nos fuimos a casa y estaba absolutamente feliz de estar allí con mi niña preciosa. No me enteré de la subida de la leche, ella engordaba y yo adoraba sentir que mi hija se alimentaba de mí.

A los diez días del parto tuve una mastitis salvaje, 40 de fiebre, los pechos a reventar, pero con un antibiótico específico y sacándome un poco de leche se solucionó enseguida. Ella mamó hasta los ocho meses y prácticamente se destetó sola. Hoy creo que se debió a que le interesaba más la comida sólida y cuando la ponía a mamar ella ya estaba llena. El caso es que fue perdiendo el interés y poco a poco lo dejamos.

Con mi segundo hijo todo fue distinto. Nació en un parto respetado, maravilloso, en medio de un relax, con un entorno totalmente íntimo, no lo separaron de mí ni un instante después de nacer y tampoco tuve problemas para iniciar la lactancia. A los dos días estábamos en casa y todo fue también facilísimo. Ahora tiene dos años y se ha destetado sólo a los 19 meses. Para él ha sido fácil, para mí no tanto. Sé que no voy a tener más hijos y no puedo evitar sentirme triste al pensar que no voy a volver a disfrutar del privilegio de tener un bebé al pecho, de ver sus caritas mientras maman.

Como veis, he podido disfrutar de dos maravillosas lactancias con dos partos totalmente distintos, es posible que el no separar al bebé de la madre facilite el comienzo de la lactancia pero yo no tuve problemas a pesar de las casi dos horas que tardé en tener a mi hija en brazos. Dar de mamar me ha proporcionado, lejos de lo que otras madres cuentan, muchísima libertad y mucho placer. He viajado con mis bebés de pocos meses sin preocuparme de sus comidas, porque siempre estaba preparada y calentita, he dado de mamar en restaurantes, museos, en lo alto de una montaña, en el metro y en los aviones, visitando una cueva, en la playa… y en todas esas ocasiones no he podido evitar sentirme orgullosa y convencida de estar haciendo lo mejor para mis hijos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

30º Relato: ¿Macarisias?

Para llegar a pronunciar estas palabras, hemos recorrido un largo camino.

Nada más nacer, te pusieron sobre mi pecho, tenías los ojos abiertos y yo no podía dejar de mirarte. Te quedaste tranquilo, sabías dónde estabas.
Te llevé hacía mi pezón y abriste la boca, sabías lo que tenías que hacer, como si lo hubieras estado haciendo toda tu vida.
Fue muy emocionante y en ese momento, empecé a acariciarte, recorría tu piel con mis dedos, dándote las gracias por haber llegado.
Papá y los abuelos estaban sorprendidos al verte con esos ojos tan abiertos y tú, tan tranquilo. Ya nos habías oído, pero no sabías el aspecto que teníamos.

Cuando más tarde, en la habitación intentamos meterte en la cunita, tú protestaste, te hacías oír. En ese momento comprendí que tu voz era tu mejor defensa. Nadie puede permanecer impasible ante el llanto de un niño.
Te callabas cuando te ponía a mi lado, en cuanto enganchabas a la tetilla, porque de esta manera te sentías protegido.
Pensé que podría aplastarte al quedarme dormida, pensé que aquello que estábamos practicando era el colecho, pensé en la cantidad de veces que lo había desaconsejado en la consulta y en ese momento, justo en ese momento comprendí que no podía ser de otra manera. Pensé que te estaba “malacostumbrando” a los brazos y pensando, pensando, me quedé dormida a tu lado.

Llegamos a casa y esos primeros días los pasamos uno al lado del otro. Sentí lo que era la lactancia materna a demanda.
Quién no ha amantado a un niño puede decir que “el pecho se da cada tres horas, diez minutos en el primer pecho y cinco en el segundo”.
Cuando tienes a un bebé en brazos entiendes que eso no es posible. Somos mamíferos, como los conejos y los monos y ellos no tienen un reloj en la muñeca, amamantan cuando sus retoños se lo piden.
No tenía tiempo para ducharme o comer tranquilamente, pues querías estar pegado a mí, querías un contacto continuo. Me levantaba cuando creía que estabas profundamente dormido, andaba de puntillas unos pasos hasta que te oía berrear y al notarme de nuevo a tu lado, te relajabas y te adormecías.
En cuanto notabas que estabas sólo en la cama, te hacías oír.

Aprendí a llevarte colgado de mí, en una mochilita. De esta forma intentábamos limpiar un poco las pelusas de casa y comprar algo de fruta.
Me sentía cansada, y pasábamos muchas horas tumbados, yo acariciándote, tú mamando y casi ronroneando como un gatito.
Empecé a coger confianza y supe que podíamos dormir los tres juntos sin temor a aplastarte, pues con tus piececillos te hacías un hueco.


Fuiste creciendo y papá dijo que en esas condiciones no podíamos seguir, que te tendrías que ir acostumbrando a tu cuna, que serían tan sólo un par de noches, pero que luego todos dormiríamos mejor.
Releí el libro del doctor Stivill, aquel, que tanto había yo recomendado a padres con niños con problemas para dormir. Según iba releyendo sus páginas, sabía que no podría dejarte llorar, que yo te necesitaba tanto como tú a mí.
No llegamos a intentarlo, convencí a papá para poner una camita pegada a la cama grande. Pensamos que ahí podrías dormir tú, pero al final el que ahí dormía era papá, mientras que tú y yo dormíamos entrelazados en la cama grande.
Papá tuvo mucha, mucha paciencia, tanta como la que tiene ahora.

Estirabas los bracitos, las piernecitas, y de esta manera aprendiste a pedir las caricias y los besos. Papá también lo hacía, te acariciaba como lo sigue haciendo ahora, a él también le gusta mucho que lo acaricien cuando se está quedando dormido. Incluso, un día que yo tardaba en llegar, te puso a su pecho. No teníamos chupetes en casa e intentó que te agarrases a su pezón. Eras todavía muy chiquitito, pero sabías que te estaban engañando, que aquello era lactancia paterna.
Con tus ojos vivarachos, sabías lo que querías, buscabas el pecho para todo, para alimentarte y para tranquilizarte, el pecho te calmaba. Recuerdo también que enganchado al pecho, no lloraste cuando te pusieron las vacunas.
Hicimos excursiones a las montañas cuando contabas sólo con 5 meses, siempre colgadito y allí donde parábamos tenías tu alimento a la temperatura adecuada, sin necesidad de buscar un microondas para calentar la leche.
No sólo te saciaba el hambre, sino que te inducía el sueño, servía para comunicarnos. Permanecíamos juntos y te acariciaba en cada momento.

Pensaba que no tenía vida propia, pero esos momentos fueron imprescindibles para forjar tu carácter, para hacerte cada día más independiente, seguro de ti mismo.
Me siento muy orgullosa de ti.

Te has hecho entender siempre, cuando empezaste a soltar la lengua, decías “¿Macarisias?”, y ahora, con ocho años, cuando te despiertas de madrugada y te metes entre nosotros, me sonrío cuando dormido dices “¿Me acaricias?”
Cómo no lo voy a hacer. Me sigue encantado tenerte junto a mí.

jueves, 3 de noviembre de 2011

29º Relato: La lactancia para Papa

Cuando Rebe me propuso escribir un relato sobre lactancia materna, pronto supe como empezaría. Recordare perfectamente cómo nació nuestra hija, fue un momento muy hermoso, inolvidable.
Si existen cosas increíbles en esta vida, una es eso mismo, la creación de la vida. El nacimiento de un bebe es algo maravilloso, poder vivir el parto minuto a minuto es algo que es muy difícil de explicar con palabras y la que mejor lo define es inolvidable.
Desde el mismo momento de la concepción, en la madre comienzan una serie de cambios y es el principio de ese lazo madre-hija, que durara para siempre. Una vez que la madre da a luz, esa relación sufre una evolución natural y dan comienzo toda una serie de experiencias nuevas e increíbles. Ver como tu hija recién nacida apoyada sobre el pecho de su madre se mueve en busca del pezón para comer es algo que te deja alucinado, el bebe busca ese pezón para obtener el calostro y así empezar su nueva forma de alimentación. Dejara atrás su alimentación a través del cordón umbilical para adaptarse a su nuevo entorno de forma natural e instintiva.
Este breve resumen habla de la mama y el bebe pero a partir de ahora quiero hablar desde mi punto de vista, el del papa. Los sentimientos del padre durante el embarazo pasan por la ilusión, emoción, miedos, preocupaciones… Pero con la llegada de la lactancia, eso que solo puede hacer la madre, al padre le toca la hora de disfrutar de esos momentos. Ver la felicidad con que su hijo abraza el pecho de su madre y como es abrazo es devuelto con inmenso cariño. Ese pecho que igual le da de comer, que le ofrece calor y le da consuelo cuando llora o siente miedo y donde además le encanta quedarse dormido. Creo que poder ofrecer la lactancia materna a tu hijo es una de las cosas más bellas del mundo, ese contacto piel con piel para alimentar a tu bebe es la forma más natural que existe de criarlo, continuando con ese lazo que comenzó en la barriga de su madre y estrechando en el nuevo medio.
Yo en ese momento soy feliz, las veo juntas y me doy cuenta de lo a gusto que están, de cómo nuestra pequeña disfruta de ese momento y con cuanto cariño su mami la abraza y le dedica todo el tiempo que ella necesite y tantas veces como le apetezcan.
Sin ningún estudio más que el de la experiencia con nuestra hija y un curso al que nos apuntamos para informarnos sobre la lactancia materna sumado a las clases preparto y algún libro, he podido llegar a la conclusión de que la lactancia materna a demanda es lo mejor que podemos dar a nuestros hijos, al menos esa es nuestra elección. Además de por su alimentación y salud, por el lazo de unión que se mantiene de forma natural, porque ese tiempo juntos es lo mejor que nos podemos ofrecer mutuamente.
Porque nuestra hija es “un regalo para toda la vida”* desde el momento en que decidimos tenerla deseamos poder darle todo lo mejor, nosotros elegimos darle el pecho para enseñarle desde pequeñita la belleza de la naturaleza, lo sorprendente, fascinante y perfecta que es. Que sepa que desde que nació nos va a tener siempre a su lado para todo lo que necesite. A su madre que para darle lo mejor, sigue sacándose leche en su jornada laboral para que yo pueda darle, mientras ella trabaja, un biberón de leche materna y así poder mantener la lactancia todo el tiempo posible. Y a su padre para darle todo el amor y apoyo que necesiten.
Creo que el merito de las madres que se esfuerzan por mantener la lactancia materna a sus hijos debe de ser algo reconocido por esta sociedad “tan moderna”, yo os dedico estas líneas porque con la lactancia materna se cubren gran parte de las necesidades básicas del bebe, alimentación, abrigo, cobijo y amor, creo que la lactancia es la mejor opción. ¿Opináis lo mismo?

Para Noa, desde el corazón de Mama y Papa

miércoles, 2 de noviembre de 2011

28º Relato: Soy MAMÍFERA y puedo amamantar

Abro los ojos despacio.
Y siento: siento mis lágrimas calientes bajar por mi rostro, siento mi cuerpo adormecido, siento el frío que aún me invade y me invalida, siento un dolor en el pecho y siento un corte que escuece en mi vientre y paraliza mi cuerpo.
Y veo: veo la cara borrosa de mi marido que me mira con los ojos cansados, tristes y con preocupación, veo un rayo de sol entrar por la ventana, una habitación blanca…Solamente cuando giro lentamente mi mirada veo, por fin, a mi hijo. Duerme…aún…drogado…como yo, su madre.

Con el hilo de voz rota que me queda, pido que me lo pongan encima de mi pecho. Finalmente puedo tocarle, olerle, besarle, mientras mi mirada se ciega por las lágrimas que no paran de llover.

Nos han robado nuestro encuentro, no han permitido que le diera mi bienvenida a este mundo y a mis brazos como se merecía, han violado nuestra intimidad y su derecho a un buen nacer…
“¡Mujer! Pero ¿Qué haces?” Me asusta y me interrumpe la voz aguda e inquisitoria de la enfermera que irrumpe a la habitación y me ve sostener a mi bebé con la carita pegada a mi pezón. Contesto débilmente que estoy intentando ponerle al pecho. Soy conciente que lo estoy haciendo como puedo, como mi cuerpo entorpecido por la sobredosis de medicación me lo permite. Me siento regañada por no sostenerlo “como se debe” y ridiculizada por intentarlo: “No ves que no tienes subida de leche aún? Esto va a demorar, qué con la cesárea y con el pecho que tienes…a ver si vas a tener leche?!”.
Se me congelan las lágrimas en los ojos.
A partir de este momento entiendo claramente que el maltrato no ha terminado en quirófano.
Algo muy profundo se despierta en mí…en este momento mi bebé abre débilmente los ojos y nos miramos: ¡soy mamífera y puedo amamantar! Ahora lo se, estoy com-ple-ta-men-te convencida de ello y estoy dispuesta a encontrar la fuerza para proteger a mi hijo de cualquier amenaza y a luchar a por todas para que no nos roben (también) la lactancia!
Pasamos cuatro días rechazando biberones de leche de fórmula, escuchando cualquier tipo de comentario, insulto y juicio hacia mis pechos y pezones supuestamente inútiles, mi cabezonería, mi irresponsabilidad, mi imprudencia por creer en mi capacidad de amamantar, por confiar en la fisiología de mi cuerpo de mujer y madre, por tener paciencia con mis pechos y por verlos perfectos…por querer darle lo mejor de mi a mi hijo: una madre presente, el alimento amoroso y reparador de aquel daño que nos hicieron.

“Yo puedo” me repito sottovoce, “tu puedes” le repito a Yoel…”No he oído nunca de un bebé que se muere en los brazos de su madre esperando que suba la leche” llego a gritarle al cuarto día a quien aún insiste con sueros glucosados y biberones.
Solo estoy a gusto con mi bebé en brazos…sentir su respiro y mirarle a los ojos se ha convertido en mi analgésico…yo me he convertido en Madre.

Cuando –cinco días después del nacimiento de Yoel- noto por primera vez una potente subida de calor y un simpático hormigueo en ambos pechos, lloro de felicidad: mi bebé se engancha a mi pecho, ávido de dulce y tibia leche, aunque a la vez débil, irritado y seguramente incómodo. Durante su primer mes de vida un seroma de mi herida no me facilita la movilidad ni experimentar buenas posturas para amamantarle con comodidad. Son varias las personas que me recomiendan no atormentarme más y dejar de insistir, dejar de “torturarme” con mi “obsesión” por darle teta cuando las leches de fórmula son tan prácticas y alimentan lo mismo o tal vez hasta mejor.
Para quien –como yo- fue amamantado tan solo durante tres meses “porque luego se acabó la leche” es todo un reto mantenerme firme, seguir creyendo en mi y confiando en el instinto de mi bebé: dolida y dolorida, pero con necesidad de sentir la mamífera en mis entrañas después de haberme sentido violada en mi pasaje de mujer a mujer-madre, saco fuerzas del Amor que siento hacia mi hijo, del deseo de darle lo que necesita.

Doy gracias a la oxitocina endógena y su Magia, a la mamífera que se despertó en mi y…a Joana María, asesora de lactancia materna de la Asociación ABAM, quien me acompaña pacientemente y me sostiene en frecuentes conversaciones telefónicas, de las que me alimento de confianza y ánimos. Cuando finalmente mi herida está casi cicatrizada, limpia y me permite desplazarme a pie…doy el primer paseo junto a Yoel hacia la sede de la Asociación de Lactancia Materna para poner cara a aquella voz de ángel y dar las gracias. Sin su apoyo hoy no se como hubiera podido seguir dando el pecho a pesar del dolor, de mis pezones heridos y sangrantes, del agotamiento, y en soledad…

Nuestra lactancia feliz duró siete meses de forma exclusiva, defendiéndola a capa y espada (hasta frente a un médico otorrino, escandalizado por el daño que estaría haciendo a mis pechos!?!) durante dieciocho meses en total cuando, un día, mirándonos a los ojos y de muto acuerdo, Yoel y yo decidimos que hemos disfrutado muchísimo, que el goce mutuo ha sido nutritivo y reparador para ambos, que nuestro lazo de Amor es indestructible y para siempre…que YO EL y la teta hemos sido muy buenos aliados en nuestro camino hacia la con-fianza.

G.A.B.