domingo, 17 de marzo de 2013

61º Relato: Lactancia y timidez son compatibles

Con ganas e imaginación se puede dar el pecho fuera de casa


Siempre he sido pudorosa. Y cuando digo siempre, me refiero a que a los 7 años ya no dejaba entrar a mi madre conmigo a los probadores de las tiendas e intentaba por todos los medios evitar que me vistiera o incluso me viera en ropa interior. Así que a la hora de dar el pecho a mi bebé, ya embarazada decidí una lactancia en privado, siendo el papá de mi hija Lucía el único que tuviera carné VIP (Very Important Padre) para compartir ese momento tan especial.

Mi madre se ofendió y, a pesar de haberlo explicado claramente muchas veces, aún hay familiares que pretenden que dé de mamar en mitad del restaurante o poniendo una silla de espaldas a ellos. Siempre me niego en rotundo por varios motivos: no sólo quedo lejos de miradas e indicaciones sino que, además, la niña y yo estamos más tranquilas, por no hablar de los hombres de la familia y otras personas no cercanas o desconocidas a las que les gustaría o no les importaría ver cómo una perra amamanta a sus cachorros, pero les incomoda en humanos.

Prefiero salirme al asiento trasero del coche, así estamos resguardadas y a nadie se le ocurre mirar ahí. O preguntar en el local si tienen alguna zona apartada donde pueda dar el pecho a mi hija. La mayoría me deja un saloncito que no está en uso, tienen un reservado o una planta vacía, y siempre se muestran muy amables. Así he podido disfrutar desde aniversarios, quedadas con amigos o reuniones familiares hasta comidas de empresa. 

Aunque mi hija tome leche materna exclusivamente y yo ni siquiera use sacaleches, no resulta tan difícil; sólo hay que tener ganas, imaginación y perder la timidez de preguntar en los sitios. Al fin y al cabo, amamantar es lo más natural del mundo, aunque yo prefiera hacerlo en privado.

Además del sofá de casa, al que yo llamo el centro de operaciones por ser el lugar más habitual, siempre hay una habitación vacía en casa de amigos y familiares que puedo utilizar. Explicando que incluso Lucía se distrae si no estamos a solas, todo el mundo lo comprende y no nos suelen interrumpir.

Así he probado otros sitios que nunca creí que iba a conocer. Desde la sala de lactancia de centros comerciales o grandes superficies (qué gran descubrimiento) hasta la zona de archivo y cuarto trastero de una oficina bancaria, en la que la directora -madre de 2 hijos- también me ofreció su propio despacho. 

Rodeada de cachibaches y piezas de recambio, también he estado feliz y tranquila en el almacén de la empresa en la que trabajo cuando he ido a visitarles. Otras veces he dado el pecho en mitad de una sesión de fisioterapia y durante otra de shiatsu para bebés. En la cocina de la clínica donde pasa consulta mi oftalmóloga.... En un despacho vacío de un bufete de abogados... En la parte trasera de un complejo de oficinas... En los soportales de la Casa de la Moneda... 

Mi último gran descubrimiento son los probadores de las tiendas, sobre todo si son grandes cadenas. Pasas desapercibida, en los más espaciosos cabe el cochecito y, si tras la toma se hace caca, puedes cambiar a tu bebé.

Incluso en una sala vacía de la clínica donde me hicieron una resonancia magnética. El último lugar, por ahora, ha sido una sala vacía del centro donde me hicieron una resonancia magnética. El más pintoresco, el lujoso reservado de una marisquería, decorado como el camarote del capitán de un barco.


Cada vez que encuentro un lugar donde aparentemente no podría dar el pecho en privado y al final sí puedo, me siento genial y siento que voy acumulando anécdotas que contarle a mi pequeña cuando sea grande. 

A pesar de mi pudor, también he dado de mamar en público. A veces no me ha quedado más remedio que un banco apartado cerca de la puerta del supermercado; a bordo del autobús en los asientos traseros; un bar en el que éramos los únicos clientes o en mitad de un parque. No voy a dejar que mi hija pase hambre, así que me he tapado con el abrigo o la manta del cochecito y listo. 

He amamantado a mi pequeña en las reuniones del grupo postparto, grupos de lactancia y crianza. Son lugares pecho friendly. Reconozco que allí mitad me resigno, mitad no me importa, porque estoy rodeada de mujeres que hacen lo mismo y no sienten curiosidad morbosa por lo que hago, como sí ocurre cuando estás con otras personas que no dan el pecho.

La crianza de un bebé es un tema del que todo el mundo, sepa o no, opina. Por eso, no me he podido alegrar más de mi decisión. Más allá de la vergüenza de enseñar el pecho, me he dado cuenta de que algunas lactancias se frustran porque con buena intención te dan malos consejos, algunos que entre sí son hasta contradictorios.

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