sábado, 29 de octubre de 2011

Dos experiencias totalmente distintas


Las historia de mi lactancia

Año 2006. Estoy embarazada por fin tras 15 meses de intentos. Tengo claras muy pocas cosas sobre la maternidad, la que más, que este bebé tomará pecho, que es lo que he visto en mi familia (al menos la de mi madre). Confío en mi misma en ese aspecto, en la naturaleza, y en que todo funcionará como debe.

13 de enero de 2007. Ingreso a las 13:30 dilatada de 4 cm. A las 22:20 nace Matias, es precioso. Yo me encuentro bien, tengo la maravillosa suerte de pertenecer a ese pequeño porcentaje de mujeres a las que no les duelen las contracciones. Sólo fue difícil un par de horas en las que una bajada de glucosa me tuvo mareadísima. Parto natural, pequeño desgarro, veo a mi niño, es precioso, me lo ponen un momento encima para que me huela, y se lo llevan a limpiarle un poco. Papa va con ellos, y al cabo de unos minutos me lo trae. Yo no le puedo soltar, es tan lindo. Ya en la habitación, me traen un bocadillo de jamón, tengo tanta hambre. Le dejo en la cunita y empiezo a comer.

Me levanto, y allá que veo un charco enorme de sangre. Yo me encuentro bien, pero las enfermeras no paran de comprobar si esta todo bien. Parece que he perdido bastante sangre, al menos eso me dicen.

Esa noche, ya en planta, Matias se despertó un par de veces. Mi madre me lo traía y me lo puse al pecho. Mamaba un poco y se dormía. La noche siguiente igual, y ya nos dan el alta. Me recetan hierro, que lo tengo por lo suelos.

Como estábamos de obra en casa, me quedé unos días en casa de mis padres. Mucho trajín de gente, pero no tengo que preocuparme de comidas, lavar ropa o comprar. Sólo del bebé. Matias lloriquea a cada poquito, yo le cojo, lo pongo al pecho, y cuando se duerme le quito de la teta. Pasan 2, 3 días y Matias no hace caca. Ni una. Vamos a urgencias y me dicen que los bebés de pecho igual hacen 10 cacas al día como 1 caca cada 10 días, que no me preocupe. Prueba del talón con 5 días, todo bien. Llega el fin de semana (Matias nació en Sábado) y me marcho a casa por fin, dejando la casa de mis padres. Matias tiene 7 dias. Hemos estado en urgencias otra vez porque lloriquea mucho, lo pongo mil veces al pecho pero sigue igual. Y aun no ha hecho caca. Me dicen que es normal y me mandan a casa.

Lunes, Matias tiene 9 días. No para de lloriquear. Ni de noche ni de día. Es un gemido, no sé. No puedo más, estoy destrozada de no dormir. Tenemos hora para el pediatra, a eso de las 12. Mi marido se ofrece a darle mi leche en biberón para que yo pueda descansar. Pongo el sacaleches al pecho.... y ahí no sale nada. NADA. Matias no para de gemir, pero esta como adormilado. Llamo a mi padre, su amigo Luís es enfermero. Son las 7 de la mañana y me dice que no espere a la hora del pediatra, que me vaya ya. Nos vemos en casa de mis padres, Luís está esperándonos. Ve a Matias y me dice que no espere, que me vaya YA al centro médico, que no me pare. Y yo me asusto. Mucho. Nos pasan los primeros al pediatra, gracias a Luís. Mira al niño, y nos dice que nos vayamos inmediatamente al hospital. Ahí ya estoy cagada. Matias no hace mas que gemidos muy flojitos, está como adormilado, y yo tengo mucho mucho miedo.

Tal como entramos nos suben a pediatría, y nos ingresan. A Matias le ponen una vía y un suero y le llevan a la habitación. Yo estoy nerviosísima, y ahora veo a mi chiquitín lleno de cables y goteros, no se mueve, y empiezo a llorar. Mi bebe lleva más de una semana sin comer nada, y yo no me he dado cuenta. Casi se me muere de hambre, y yo no me he dado cuenta. Ahora veo las fotos de esos días y veo que tiene mala cara, que está consumido... pero entonces no lo veía. Era mi bebé precioso. El diagnóstico: Deshidratación hipernatrémica de grado 2, debido a una hipogalactia de origen desconocido.

Estuvimos ingresados una semana. Las enfermeras de pediatría me animaban a que le cogiese en brazos, a que le pusiese al pecho, aun cuando le diese biberones porque había perdido 800 gramos en esos 8 días desde que nació hasta que ingresamos. La pediatra fue otro cantar. Le pregunté si podría seguir intentando darle pecho aparte de los biberones, y mirándome con desprecio me dijo "para lo que tienes, yo de tí ni lo intentaba, pero allá tú". Y así terminó mi lactancia, si es que puede llamarse así.
Los siguientes tres años los pasé sintiéndome una mala madre, preguntándome por qué no pude amamantar a Matias, qué hice mal, si fue mi culpa.... aterrada de quedarme embarazada y volver a tener la misma situación.

En diciembre de 2009 me quedé embarazada de nuevo. Investigué, leí, busqué información. No conseguí encontrar una razón definitiva para lo que ocurrió, creo que fue un cúmulo de cosas (anemia, perdí bastante sangre, estrés en casa de mis padres, Matias se dormía enseguida y yo no caí en despertarle.... no sé). Pero este tiempo de investigación también lo fue de reflexión, e hice las paces conmigo misma. No podía haberlo evitado, no hice nada mal para que las cosas terminasen así.

Martin nació en un parto exprés el 16 de agosto de 2010, de 37 semanas justas, en el mismo hospital que su hermano. Era muy chiquitín, pero precioso. El matrón lo colocó en mi regazo, y nos dejaron solos. Martín buscó el pecho, se enganchó a él y estuvo ahí mirándome con sus ojillos mientras se alimentaba, el tiempo se detuvo.

El matrón vino varias veces, y no se llevó a Martín para limpiarle, pesarle etc. hasta que no hubo terminado de mamar. Nos subieron a planta, Martín conmigo en la cama, tumbados de lado, mamaba y dormía, mamaba y dormía.

Nos marchamos a casa al día siguiente, y hasta hoy seguimos durmiendo juntos, dependiendo el uno del otro. Hoy, Martín come de todo. Va a la guardería de 8 a 3. Y sigue mamando por las tardes, los fines de semana y por la noche. Cuando llego a recogerle a la guardería, mete la mano por el escote, primero saludamos a la teta. Me mira y se ríe. Y luego nos vamos a casa.

Con él no he ningún tipo de problema, está siendo una lactancia de libro, y seguimos disfrutando los dos, creo que, al menos en parte, debido a la experiencia con mi primer hijo, que me volvió cabezota y me hizo más fuerte, para ni siquiera pensar una vez en tirar la toalla y darle un biberón.

Ester, Matias y Martin



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